martes, 28 de agosto de 2007

Tu abrigo

Que lindo el olor de tu piel, mi panqueque de miel
tostado, al costado de mi humilde sol.
Quiero compartirte mi deseo, jugando al cuarto oscuro,
con total libertad, sin muros.
Y una roja flor en el ojal,
tradicional o inusual, aburrida o coqueta,
navegando por la maqueta
de mi sistema solar, una cometa estelar
que se acurruca en tu nuca.
Tu olor dando a mi abrazar un humano respirar.
Te devuelvo un despertar de adios, timido y despeinado
en café y galletitas, y me voy alejando,
en el camino, saboreando
el desayuno, ese café, ratos de miel
y la bondad de tu piel.
En la calle, abrigada,
llevo el día y la tarde al hombro.
Por delante, un escombro
se hace amigo y sabe porque sonrío.
Cómplice, inanimado entre gente muda, sonrojado
y mi pasión, desde el ojal, lo saluda en un buen día,
parándome ante la vía,
mientras cruza un tren de sal.
Se diluye en mi, su pila,
su motor en tu vitral,
con haces de luz, titila
en mi rojo paladar.
Reflejándome tu piel
en la vereda, mi boca,
donde bese, mi huella convoca,
y desprende a su paso, el sencillo y perpetuo
cuello de tu miel.

Pasando, el sol, se fue en coche
y un avion, con el envion, trajo la noche.
Siento frió y, al punto de quebrarme,
vuelvo, como extraña pidiendo, a hospedarme
en tu bondad y la bufanda tibia de tu piel.

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