martes, 17 de junio de 2008

Lo que, próximamente, no se verá en las revistas!


¿Qué nos pasa?

Cita a ciegas

Por estos días en que el amor ideal existe y se lo compra en mercado libre, en que asignados a un sitio on-line podemos ofrecer nuestros deseos, soplarlos al universo y que, del otro lado de la banda ancha, aparezca, a modo de “cita a ciegas”, nuestra alma gemela; suele suceder que la saturación de información, publicidad e imágenes nos envuelve entre deseo e irrealidad. Contestamos todos los mensajes de texto que el arduo día de trabajo apenas nos dejó leer. Los que aún no tiramos la toalla buscando el amor ideal, vemos como los matrimonios duran tanto como los trámites de divorcio. Y muchos vuelven a unirse al club de la libertad de la soltería. Entonces vamos, una vez más, del trabajo a casa y entramos on-line a ver qué clase de peces tiene este mar. Intuición aplicada, elegimos y acordamos tener esa cita en la que uno intenta mostrar lo mejor de sí y dejar lo pasado: “pisado”. Es decir que, en la práctica, nos vamos de shopping, hacemos unos trucos de belleza y sacamos del cajón algún “speech” que nos hará lucir impecables. Finalmente, perfumamos toda la previa con alguna intoxicante fragancia que garantizará el éxito. Y, allá vamos, desplegando artillería, ropero encima, para ganar la batalla de la conquista. Tono casual. Bonito restaurante. Horario prudente y ambos ansiosos. El encuentro. Miradas. Segundos en los que él piensa que ella está dulcemente buenísima y ella piensa que él es una persona responsable y comprometida. El beso en la mejilla que, entre nervios, parece rozar ambos labios y la mesa reservada. Sonrisas, amabilidad y expectativas. Ella va a quitarse el abrigo. El piensa en ayudarla. Ella piensa en que, quizás, él va a ayudarla entonces lo hace lentamente. El piensa que si la ayuda puede quedar como una especie de retardado romántico y decide simplemente mirarla. Ella, sin perder las esperanzas lo hace más lentamente aún. El piensa en lo lento que ella se mueve y duda de sus capacidades motrices. Ella nota que él la esta mirando raro y fijo, mientras ni atinó a ayudarla. También ella está pensando que la cara de él encierra algún misterio, ¿quizás depravado o con algún tipo de tara? Los dos se sientan y traen el menú. El mozo pregunta-: ¿Dos? El responde-: Con uno basta, compartimos. Ella vuelve a sumar los puntitos que le había restado tres minutos atrás. El pregunta-: ¿Lomo a la pimienta o cordero patagónico? Ella, que no come carne, dice-: ¡Lo dejo a tu elección, yo decidiré sobre la carta de vinos!-. El, que no toma vino porque ha superado su dependencia alcohólica, responde-: ¡Elegí el que a vos mas te guste! Charlan un poco de la vida laboral y, luego, de los “por qué” del fin de sus relaciones más recientes, sin mucho detalle. O sea, nadie dice que lo dejó porque él tenía un tic obsesivo-compulsivo, o que la dejó porque ella difícilmente quería tener sexo. Llegan los platos y él, muy a gusto, disfruta de contar sus “maravillosamente inflados” éxitos laborales. Ella intenta comer de las verduritas del plato mientras escucha, sin atención, a ese hombre que pareciera no parar de hablar. Quisiera ella preguntarle a él qué es lo que está buscando encontrar en la vida. El hubiera querido hablar sobre lo mucho que le gustaría morderle el cuello a ella. Queriendo “romper el hielo”, ella, con su tercera copa de vino, comienza a reír muy fuerte. Estaba patéticamente aburrida y mareada. El comienza a pensar que debería recomendarle ir a alcohólicos anónimos. Ella, absorbida por el vino quiere acariciarle la mejilla y al acercarse derrama la copa de vino sobre la impoluta camisa blanca del caballero. El, paralizado, confirma que debería enviarla a alcohólicos anónimos. En medio de la patética velada suenan celulares. Mientras él, bañado en vino, abre el suyo para contestar el llamado; ella se levanta enseguida para ir al baño. Ella nunca vuelve. Silencio. La cuenta. La noche. Ella en casa, en pijamas termina de hacer zapping sin encontrar nada que tape el vacío. Abre el celular, no tiene mensajes. El pone su camisa sobre la mesada y tira detergente sobre la mancha. A dormir. Otra noche perdida. Ella hubiese querido un hombre que no se resistiera a besarle el cuello sin vueltas. El hubiera querido una mujer que se interesara por saber qué es lo que él sueña en la vida. Los dos merodean estos pensamientos mientras duermen bajo las mismas estrellas que alumbran dos modernas camas distantes. ¡Millones de camas distantes!...¿Qué nos pasa?





La necesidad y el cambio.

En el vertiginoso ritmo de esta, inevitablemente, querida ciudad, hombres y mujeres, apuradísimos, transitamos la cotidianeidad. Con las temporadas y las modas, mutamos rápidamente para mantenernos vigentes. Cambiamos los muebles, los novios, la ropa, el pelo, el auto, el trabajo o la nariz. Las opciones son cada vez más diversas y nuestras necesidades se nublan de caprichos. Aun así, esas necesidades emanan del inconciente y nos enfrentan, día a día. ¿Buscamos apoyo? Lo tenemos, indefectiblemente, cada mañana de subte lleno. ¿Necesitamos descansar? Nos hacemos un peeling facial que nos muestre una frescura renovada en el espejo. ¿Anhelamos comprensión? Compramos un libro de autoayuda. ¿Buscamos un “cambio”? Pagamos la botellita de agua con un billete de cien. ¿Nos hace falta hablar? Sacamos un plan de teléfono con más minutos. ¿Sentimos el hogar solitario y vacío? Buscamos un perro. ¡Y buscando una caricia, sacamos turno para el masajista! Persiguiendo la pausa, alquilamos una película de cine, “francés”. Si necesitamos excentricidad, entonces elegimos la película de cine “ruso”. En pos de un punto de vista mas elevado, nos ponemos unos divinos tacos. Para encontrar genuino equilibrio seguimos moviendo los muebles como dice la revista de feng-shui. Queremos mas vida sana y consumimos té verde. Queremos más verde y plantamos un bonsái en su pequeña maceta. Queremos echar raíces y volvemos a casa para trasplantar el bonsái a una maceta más pequeña. Con la energía que queda, porque el día no ha terminado; en tacos, ponemos la película para hacer una pausa (entonces la francesa) mientras caminamos con el libro de autoayuda en la cabeza (por la necesidad de equilibrio), movemos los muebles, tomamos el té verde, pisamos al perro, se nos va el efecto de los masajes y el peeling no logra triunfar contra nuestra expresión exhausta. Entonces, casi para la hora de la cena, con una noche hermosa y el estomago crujiente, nos damos cuenta, en lo más profundo de nuestras necesidades básicas, que necesitamos un hombre por lo que, decididamente, con las ideas claras y la satisfacción que ello otorga, vamos por la agenda telefónica, recorremos su variedad, pensamos, fantaseamos y, finalmente, hacemos la ultima llamada del día-: Buenas noches. ¿Delivery? Si, por favor, quiero la torta de chocolate con nuez. ¿Cuanto demora? Ok, fantástico. ¡Si, te pago con cambio! ¡Gracias!
Sabias decisiones tomamos en la vida ante las necesidades mas profundas. ¡Después de todo, uno sabía muy bien que necesitaría el “cambio”!
¿Qué nos pasa?

Paula Alis




La generación DINK

“Término que nace del inglés “Double Income No Kids” para denominar a las parejas de jóvenes entre 27 y 37 años, sin especificar sexos, que, sin hijos, aportan un muy buen ingreso total. Destacados por su afán a la electrónica, la imagen, los viajes y placeres terrenales. Se disponen a distribuir sus ganancias en todo lo que refleje un estilo de vida moderno y entretenido. El interés por el progreso personal y profesional ocupa un papel protagónico. Amantes de la tecnología, el cuidado estético y la salud. Personas con la mente abierta para recorrer el mundo postergando, indefinidamente, la idea de tener hijos”. Al terminar de leer esta definición, mientras cierro la revista, comienzo a reconocerme parte. ¡Que lindo, un grupo al que pertenecer! Armamos maletas y viajamos mucho. Sin necesidad de encuadrar en un “modelo” de hombre o mujer, hacemos y deshacemos según el humor o las temporadas. Combatimos los años cuidando y ejercitando la buena salud, mejorando la imagen y buscando desafíos. Compartimos íntimas relaciones “duraderas”, cuando logran sobrevivir tres meses y hacemos los trámites de separación, entretenidamente, viendo quién se queda con la pantalla plana y quién se lleva la “play station”, dejando pendiente saber a quién le toca el último modelo de teléfono “de la manzanita mordida”, que llega en unos meses del país del norte. Seguimos. Progresamos. Tenemos padres a los cuales regalamos maravillosos viajes a Asia u Oriente para que pierdan de vista la intención de reclamarnos el título de “abuelos”. Les compramos una cámara que saca la foto, automáticamente, cuando sonríen y los guardamos en el avión. Los padres vuelven, felices y cansados. Compartimos una cena, vemos más fotos y cerramos la maravillosa historia del viaje. Todos por brindar y aparecen, desde aquel rincón del living, los rostros de los abuelos. Derechitos, en blanco y negro, mostrando su gesto, casi almidonado de orgullo, presentando “la gran familia” en un segundo que atravesaría la eternidad. Esa vieja foto que perdura en cada hogar, de generación en generación. Y brindamos. ¡Por la gran familia! Nos retiramos pronto. Satisfechos y listos para amanecer muy temprano, ir al gym, a la oficina y seguir disfrutando, solo o con otro, de la individualidad productiva. Unos padres, plácidos, se van a dormir con el calor del conocido abrazo y el amor comprometido de poder mirar hacia atrás, donde nuestros abuelos, y trascender en nosotros, los hijos. Nosotros cerramos los ojos, soñando rápido, programando pagos y cobros, y deglutiendo lo nuevo. Mientras, en medio del torbellino, somos parte de este nuevo grupo que adquiere el goce de la inmediatez; el mundo sigue esperando ser descubierto. Pero escasean los niños y abuelos. Así, las fotos de nuestros viajes pasarán como las modas si no tendremos quiénes, algún día, brinden por ellas. ¡Si nuestras viejas fotos, en blanco y negro, hablaran..!
¿Qué nos pasa?

Paula Alis