domingo, 9 de septiembre de 2007

La escalera del museo.

Como un reto, a la escalera se le asoma
un viejo, vencido, canoso y agitado que,
con el brazo temblando en su baranda,
baja esa eterna escalera con dificultad,
solo el bastón recto se apoya firme,
como un recuerdo de su pasado viril.
Sobre la misma escalera, al pie,
gateando un puñado de vida,
de nena, en dos manos, dos pies
y en cuatro, que no se da por vencida.
Alguien parado en el descanso fuma
mirando, a través del humo, escalera abajo.
Al pie, casi al final, se sienta aquel
pantalón de jean con rulos que,
entre su música auricular, solo espera
a que termine de sonar su último tema.
Mientras, todos bajan…
Y, finalmente, ya vacía,
la escalera yace sombría, al despedir
la última risa de un sombrero rojo.
La puerta, arriba, ya cerrada.
La noche de entrada con llave,
desierta queda la escalera,
abandonada por sus amantes pasajeros diurnos.
Extrañando aquellos pasos, suspira y las estrellas
se reflejan en sus lágrimas nocturnas,
desde el espejo de su llanto la ven,
iluminando sus escalones desolados
sobre el correr de la cascada de un baldazo.

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