jueves, 25 de septiembre de 2008

Vida Moderna

Café a la turca...

Aromas de Oriente. Granos molidos. El olor a la pastelería preparándose en el horno. Penetrando los sentidos nos conectamos al mundo, cada día. Listos para comenzar el día, no sin una parada previa por la cafetería. Nos cruzamos cada mañana con el morocho que nos prepara el café para llevar y que, siempre, nos mira desde sus tupidas cejas, con esos profundos y atractivos ojos negros. Creemos, o inventamos automáticamente, que viene de Arabia y le ponemos un turbante, el caballo y una dote de mil camellos por nuestro rescate. Hasta el café que nos da, en su precario vasito de cartón que quema los dedos y tapa de plástico, no reciclable, sabe a cardamomo e historias lejanas, casi sublime. Un placer para el paladar de los fantasiosos sentidos. Mientras esperamos que el termine de espumar la leche que coronara un magistral brebaje despertador, cerramos los ojos, inmersas ya en nuestro sugerente atuendo de odalisca. De golpe, el codazo del petizo de al lado nos empuja a la caja para pagar la cuenta. Salimos, suspirando, una vez más, con el café y el morocho de nuestros sueños pegado en nuestra sonrisa para comenzar el día. En pocos café con leche mas, le sacaremos charla. Mientras tanto, cada mañana, este príncipe nos prepara su brebaje de energía. El hombre perfecto que nos trae el café nuestro de cada día. Vamos a hablarle, a contarle los viajes que hacemos juntos por el mundo mientras esperamos que muela los granos de expreso hasta que le pone la tapa al vasito para entregarlo. Esta mañana será el momento. Casi despiertas, ordenamos ese maravilloso expreso con leche y hacemos la cola recorriendo todas las posibles ganadoras frases que vamos a decir al tomar el vasito que se desprende de sus fuertes manos bronceadas, mientras miraremos los maravillosos y penetrantes ojos negros. Seguimos haciendo la cola, avanzamos lentamente flotando en algodones del placer que antecede al intento de hacer realidad la imaginación. De vuelta, el codazo! Petizo maldito que todos los días me apura para pagar. Pinchando mi globo me doy vuelta y le digo-: Podes dejar de empujarme? Todas las mañanas haces lo mismo! Podes tranquilizarte ya? Pero el sonriente petizo no hace acuso de recibo, saluda y nos sigue apurando. Y, nerviosas, nos damos vuelta hacia la caja registradora de nuestro príncipe de Arabia, para tomar el café con la mano que se extiende, apurada por el incomodo petizo, con celeridad atraviesa la distancia, la mano bronceada, el vasito, la tapa, el café y el ojo del morocho que, ofuscado nos clava su mirada penetrante. Gritando desde sus ojos, del dolor del cafecito caliente que le volqué encima. Todavía estoy a tiempo de hacer algo, decirle algo y busco una carilina en el bolso para rescatarlo. No tengo ni una, solo el bolso lleno de lapiceras, tickets, perfume y la agenda. Con su cara roja y mi demora, se me acerca y me dice-: no me vas a decir nada? Yo, tan resuelta como siempre, ante su cara ardiendo por mi culpa y con el petizo que me sigue apurando atrás, me sonrío, más colorada que el aun y le digo-: si claro, quisiera también dos sobrecitos de edulcorante, si?
(Me voy, acomodando mi carterita al hombro y pensando que alguien me había mencionado sobre lo buena que esta la nueva cafetería que pusieron enfrente.)

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